¿CÓMO FUNCIONA EL MUNDO?
Por: Noam Chomsky. Reproducido únicamente con fines pedagógicos
British cartoonist Illingworth. Junio de 1947
Los objetivos principales de la
política exterior estadounidense
Obviamente, las relaciones entre Estados Unidos
y otros países se remontan a los orígenes de la historia estadounidense, pero
la Segunda Guerra Mundial fue un verdadero punto de inflexión, así que vamos a
comenzar por ahí. Mientras que la guerra había destruido o debilitado
seriamente a la mayoría de nuestros rivales comerciales, Estados Unidos había
obtenido beneficios enormes. Nuestro territorio no había sufrido ningún ataque
y la producción nacional había crecido más del triple.
Incluso antes de la guerra, Estados Unidos ya era por lejos la primera
nación industrializada del mundo y ocupaba ese puesto desde principios del
siglo xx. Sin embargo, después de la guerra contábamos con el 50% de la riqueza
mundial y controlábamos ambos lados de los dos océanos. Era la primera vez en
la historia que una potencia concentraba un poder de control tan completo del
mundo y tenía tanta seguridad. Los encargados de definir las políticas
estadounidenses tenían plena conciencia de que su país saldría de la Segunda
Guerra como la primera potencia global de la historia y durante el conflicto se
dedicaron a planificar en detalle cómo iba a ser el mundo de la posguerra.
Como la nuestra es, en efecto, una sociedad abierta, hoy tenemos acceso a sus
planes, que eran muy claros y directos. Los funcionarios de planificación
pertenecientes a distintos organismos, desde el Departamento de Estado hasta el
Consejo de Relaciones Exteriores (que es la principal vía de influencia del
sector empresario sobre la política externa), coincidían en que había que
conservar el dominio de Estados Unidos. Sin embargo, existía todo un abanico de
opiniones sobre lo que había que hacer para lograrlo. En el extremo más duro,
encontramos documentos como el Memorándum N° 68 (1950) del Consejo Nacional de
Seguridad, que plasmaba las ideas de Dean Acheson, el secretario de Estado, y
había sido redactado por Paul Nitze, que representó a Reagan en las negociaciones
por el control de armas y aún sigue con vida.* El memorándum planteaba la
necesidad de una “estrategia de retroceso” que regara “las semillas de la
destrucción dentro del sistema soviético” para que luego pudiéramos negociar un
acuerdo en nuestras propias condiciones “con la Unión Soviética (o sus estados
sucesores)”. Las políticas recomendadas en este documento iban a demandar
“sacrificios y disciplina” dentro de Estados Unidos, es decir, un aumento
considerable en el gasto militar y un ajuste en los servicios sociales. También
se señalaba que iba a ser necesario superar ese “exceso de tolerancia” que
permite demasiado disenso en el frente interno.
En realidad, todas esas políticas ya se estaban implementando. En 1949,
las redes estadounidenses de espionaje que funcionaban en Europa del Este
habían quedado a cargo de Reinhard Gehlen, ex jefe de inteligencia militar de
los nazis en el frente oriental. Esas redes fueron una parte de la alianza
nazi-estadounidense que pronto incorporó a los peores criminales de guerra y se
hizo extensiva a distintas operaciones en América Latina y en otras regiones.
Entre esas operaciones estaba la formación de un “ejército secreto” bajo el
patrocinio de la alianza nazi-estadounidense que tenía como objetivo ofrecer
agentes y provisiones militares a las fuerzas creadas por Hitler que todavía
funcionaban dentro de la Unión Soviética y en Europa del Este durante los
primeros años de la década de 1950. (Éste es un dato conocido en Estados
Unidos, pero se lo considera insignificante, aunque más de uno se indignaría si
se diera vuelta la tortilla y se descubriera que, por ejemplo, la Unión
Soviética ofreció agentes y provisiones a ejércitos creados por Hitler y
asentados en las Rocallosas.)
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George Kennan |
El memorándum nsc 68 representa lo más extremo de la derecha, pero no
olvidemos que esas políticas no eran sólo teóricas: muchas de ellas se estaban
implementando concretamente. El
personaje principal era sin duda George Kennan, jefe del sector de planificación
en el Departamento de Estado hasta 1950, cuando lo reemplazó Nitze.
Casualmente, durante el mandato de Kennan se formó la red de Gehlen. Kennan fue
uno de los encargados de planificación más lúcidos e inteligentes del país y su
figura fue muy importante en la configuración del mundo de la posguerra. Sus
escritos son una representación interesantísima de la postura más “blanda”. Un
documento que no se puede dejar de leer para entender lo que sucedió es el
Policy Planning Study 23, redactado por Kennan para el personal de planificación
en el Departamento de Estado en 1948. Entre otras cosas, dice lo siguiente:
Tenemos el 50% de la riqueza mundial pero apenas el
6,3% de la población […]. En esta situación, es imposible que no seamos objeto
de envidia y resentimiento. Nuestra tarea para el período que se avecina es
formular un modelo de relaciones que nos permita mantener esta posición de
disparidad […]. Para eso, tendremos que prescindir del sentimentalismo y las
fantasías y concentrar toda nuestra atención en nuestros objetivos inmediatos a
nivel nacional […]. Debemos dejar de hablar sobre objetivos imprecisos e
irreales como los derechos humanos, las mejoras en el nivel de vida y la democratización.
No está lejos el día en que tendremos que empezar a aplicar conceptos más
directos relacionados con el poder. Cuanto menos nos obstaculicen las consignas
idealistas, mejor.
Obviamente, éste era un documento ultra confidencial. Para sosegar a la
población, había que proclamar esas mismas “consignas idealistas” (como aún
ocurre constantemente), pero este material era una comunicación entre los propios
funcionarios de planificación. En la misma línea, otro documento de 1950 que
Kennan redactó para los embajadores estadounidenses en América Latina señala
que la política exterior del país debe preocuparse por “la protección de
nuestra materia prima [es decir, la materia prima latinoamericana]”. Por lo
tanto, era necesario combatir una herejía peligrosa que, según los informes de
inteligencia, se estaba propagando por todas las naciones latinoamericanas: “la
idea de que el gobierno tiene una responsabilidad directa por el bienestar de
la población”. Para los funcionarios de planificación de Estados Unidos, esa
idea representa el comunismo, sea cual sea la postura política de las personas
que la defienden. Aunque pertenezcan a un grupo religioso de autoayuda, si
apoyan esa idea, son comunistas. Esta posición también queda manifiesta en
documentos de acceso público. Por ejemplo, según los informes de un grupo de
estudio de alto nivel creado en 1955, la amenaza fundamental de las potencias
comunistas (el verdadero sentido del término “comunismo” en la práctica) es su
negativa a desempeñar un rol de servicio, es decir, “a complementar a las
economías industriales de Occidente”. En el documento de Kennan se explicaban
de la siguiente manera los métodos que se debían aplicar contra los enemigos
que cayeran presos de esa herejía:
La respuesta final tal vez resulte desagradable, pero […] no debemos
vacilar ante la posibilidad de la represión policial por parte del gobierno
local. Esto no es una vergüenza, ya que los comunistas son en esencia traidores
[…]. Es mejor tener un régimen fuerte en el poder que un gobierno liberal
indulgente, permisivo y penetrado por el comunismo.
Sin embargo, las políticas de este tipo no nacieron con los liberales de
posguerra como Kennan. Como ya señalaba el secretario de Estado de Woodrow
Wilson treinta años antes, el significado operativo de la doctrina Monroe es
que “Estados Unidos considere sus propios intereses. La integridad de las demás
naciones americanas es un incidente, no un fin”. Wilson, el gran apóstol de la
autodeterminación, reconocía que el argumento era “indiscutible”, aunque
resultaría “poco político” manifestarlo en público. Además, Wilson accionó
sobre la base de esa idea cuando invadió Haití y la República Dominicana, donde
sus soldados asesinaron y destruyeron todo a su paso, demolieron el sistema
político, dejaron los países en manos de las grandes empresas estadounidenses y
prepararon el terreno para las dictaduras brutales y corruptas que vendrían
después.
El “Área Grande” Durante la Segunda Guerra, los grupos de estudio del
Departamento de Estado y el Consejo de Relaciones Exteriores elaboraron planes
para el mundo de posguerra en términos de lo que ellos mismos llamaban el “Área
Grande”, que debía quedar subordinada a las necesidades de la economía
estadounidense. El Área Grande abarcaría el hemisferio occidental, el oeste de
Europa, el Lejano Oriente, el ex Imperio Británico (que se estaba
desmembrando), los recursos energéticos incomparables de Oriente Medio (que
estaban pasando a manos estadounidenses después de expulsar a rivales como
Francia y Gran Bretaña), el resto del Tercer Mundo y, en la medida de lo
posible, todo el planeta. Estos planes se fueron implementando cuando surgían
oportunidades. A cada parte del nuevo orden mundial se le había asignado una
función específica. Los países industriales deberían seguir el ejemplo de los
“grandes fabricantes” (Alemania y Japón), que habían demostrado su proeza
durante la guerra y ahora trabajarían bajo supervisión estadounidense.
El Tercer Mundo debería “cumplir su función principal como fuente de
materia prima” para las sociedades capitalistas industrializadas, según lo
señala un memorándum redactado en 1949 por el Departamento de Estado. En
palabras de Kennan, esos países deberían ser “explotados” para la
reconstrucción de Europa y Japón. (Aunque el documento se refiere específicamente
al sudeste asiático y al continente africano, se trata de una postura más
general.) Kennan llegó a insinuar que Europa podría recibir un estímulo
psicológico con el proyecto de “explotar” los países africanos. Naturalmente,
nadie insinuó que África debía explotar los países europeos para su
reconstrucción ni que eso podría levantarles el ánimo a los africanos. Estos
documentos desclasificados sólo los leen los estudiosos, que al parecer no
encuentran nada extraño ni indignante en su contenido. La guerra de Vietnam
surgió de la necesidad de garantizar que se cumpliera ese rol de servicio. Como
los nacionalistas vietnamitas no querían aceptarlo, había que aplastarlos. La
amenaza no era que pudieran conquistar a nadie, sino que dieran un mal ejemplo
de independencia nacional que pudiera servir de inspiración a otros países de
la región.
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La guerra dejó 1´100.000 vietnamitas muertos |
El gobierno estadounidense se planteaba cumplir dos grandes
funciones. Por un lado, quería asegurarse el dominio en los confines más
lejanos del Área Grande. Para eso, hace falta una postura muy intimidante que
permita garantizar que no haya interferencias (y ése es uno de los motivos que
impulsaron el desarrollo de armas nucleares). Por otro lado, debía organizar
las subvenciones estatales para la industria tecnológica. Por diversas causas,
el método adoptado fue en gran medida el gasto militar. El libre comercio está
bien para los departamentos universitarios de ciencias económicas y para las
columnas de opinión en los diarios, pero no hay nadie que se tome en serio esa
doctrina en el gobierno ni en el mundo empresarial. Los sectores de la economía
estadounidense que pueden competir en el mercado internacional son
principalmente los que reciben subsidios estatales, o sea, la agricultura de
uso intensivo del capital (o la agroindustria, como se llama en la actualidad),
la industria de alta tecnología, los laboratorios farmacéuticos y la
biotecnología, entre otros. Lo mismo puede decirse de otras sociedades
industrializadas. El gobierno estadounidense hace que los ciudadanos paguen los
proyectos de investigación y desarrollo, además de ofrecer, sobre todo a través
del sector militar, un mercado estatal garantizado para los productos de
desecho. Si un producto es comercializable, lo absorbe el sector privado. Ese
sistema de subvenciones públicas y ganancias privadas es lo que se denomina
libre empresa.
Los funcionarios de planificación de la
posguerra, como Kennan, advirtieron enseguida que la reconstrucción de las
otras sociedades industrializadas occidentales iba a ser fundamental para la
salud del sector empresarial estadounidense, porque les iba a permitir importar
productos fabricados en Estados Unidos y ofrecer oportunidades de inversión (en
este caso, incluyo a Japón como parte de Occidente, de acuerdo con la tradición
africana de tratar a los japoneses como “blancos honorarios”). Pero era
fundamental que esas sociedades se reconstruyeran de un modo muy específico.
Había que restablecer el orden tradicional de la derecha, con el típico
predominio del sector empresarial, la debilitación y la fragmentación de los
sindicatos, y el peso de la reconstrucción sobre las espaldas de la clase
obrera y los pobres. El principal obstáculo para todo esto era la resistencia
antifascista, así que la suprimimos en todas partes del mundo, reemplazándola
con frecuencia por fascistas y colaboracionistas. En algunos casos, para eso
hacía falta recurrir a la violencia extrema, pero otras veces se lograba lo
mismo con métodos más blandos, como la intervención en los procesos electorales
y la retención de ayuda alimentaria (todo esto debería figurar en el primer
capítulo de cualquier libro que describiera francamente la historia de la
posguerra, pero en realidad casi nunca se menciona). El modelo se instauró en
1942, cuando el presidente Roosevelt colocó al almirante francés Jean Darlan en
el puesto de gobernador general para todas las colonias francesas en el norte
de África. Darlan era uno de los principales colaboracionistas nazis y había
redactado las leyes antisemitas promulgadas por el régimen de Vichy,
equivalente del nazismo en Francia. Sin embargo, fue mucho más importante lo
que pasó en la primera zona liberada de Europa, el sur de Italia, donde Estados
Unidos siguió los consejos de Churchill e impuso una dictadura de derecha
encabezada por el mariscal Badoglio, un héroe de guerra fascista, y el rey
Víctor Manuel III, que también era colaboracionista.
Los funcionarios de planificación reconocían que la “amenaza” en Europa
no era una posible agresión por parte de los soviéticos, que los analistas más
serios, como Dwight Eisenhower, nunca anticiparon, sino más bien un movimiento
de resistencia antifascista con ideales democráticos revolucionarios, o los
partidos comunistas locales, con sus atractivos y su poder político. Para
evitar un derrumbe económico que incrementara la influencia de esos dos
movimientos y reconstruir las economías capitalistas de Europa occidental, el
gobierno estadounidense instauró el plan Marshall, que otorgó a Europa
más de 12.000 millones de dólares en préstamos y subvenciones entre 1948 y
1951, fondos éstos que se usaron para comprar una tercera parte de las
exportaciones estadounidenses a Europa en 1949, cuando se alcanzó el punto
máximo. En Italia, un movimiento de obreros y campesinos liderado por el
Partido Comunista había logrado mantener a raya a seis divisiones del ejército
alemán durante la guerra y había liberado el norte del país. A medida que
fueron avanzando en territorio italiano, las fuerzas estadounidenses
dispersaron a esa resistencia antifascista y restauraron la estructura básica
del régimen fascista anterior a la guerra. Además, Italia fue una de las
principales zonas de influencia electoral por parte de la cia desde su
creación. A la Agencia le preocupaba que los comunistas ganaran el poder
legalmente en las elecciones decisivas de 1948. Para impedirlo, se usaron
muchas técnicas, incluidas la reinstauración de la policía fascista, la
irrupción en los sindicatos y la retención de ayuda alimentaria, pero no
terminaba de quedar claro que fuera a perder el Partido Comunista. El primer
memorándum emitido por el Consejo Nacional de Seguridad, conocido como nsc 1
(1948), detallaba una serie de medidas que iba a tomar el gobierno
estadounidense si los comunistas ganaban las elecciones.
Una de las respuestas
previstas era la intervención armada por medio de asistencia militar para las
operaciones clandestinas en Italia. George Kennan y sus funcionarios proponían
la intervención militar antes de las elecciones, porque no querían correr
riesgos, pero otros lo convencieron de que podía lograr su objetivo mediante la
manipulación del proceso electoral, y finalmente tenían razón. En Grecia, los
soldados británicos hicieron su ingreso cuando los nazis ya se habían retirado.
Allí impusieron un régimen corrupto que generó mayor resistencia, y Gran
Bretaña, en su decadencia de posguerra, no pudo mantener el control. En 1947
intervinieron las fuerzas estadounidenses, que respaldaron una guerra
sangrienta con un saldo de 160.000 muertes. A esta guerra no le faltaron
torturas, decenas de miles de exiliados políticos, “centros de reeducación”
para otras decenas de miles de griegos ni operaciones de destrucción de
sindicatos u otros movimientos políticos independientes. Grecia quedó en manos
de los inversores estadounidenses y los empresarios locales, mientras que gran
parte de la población tuvo que emigrar para sobrevivir. Entre los beneficiados
se encontraban los colaboracionistas, y las principales víctimas fueron los
obreros y los campesinos de la resistencia antinazi, liderada por el Partido
Comunista. Nuestra defensa triunfal de Grecia contra sus propios habitantes
sirvió de modelo para la guerra de Vietnam, como explicó el embajador Adlai
Stevenson ante las Naciones Unidas en 1964. Los asesores de Reagan utilizaron
exactamente el mismo modelo para describir la situación de América Central y
para muchos otros lugares. En Japón, el gobierno estadounidense lanzó el
llamado “rumbo inverso” de la ocupación en 1947, que puso fin a los primeros
pasos hacia la democratización adoptados por el régimen militar del general
MacArthur. Estas políticas de “rumbo inverso” eliminaron los sindicatos y otras
fuerzas democráticas para dejar al país en manos de los sectores empresariales
que habían apoyado al fascismo japonés, un sistema de poder estatal y privado
que todavía subsiste. En 1945, cuando las tropas estadounidenses ingresaron en
Corea, dispersaron el gobierno popular, compuesto principalmente de
antifascistas que se habían resistido a los japoneses, y lanzaron una represión
brutal empleando las fuerzas policiales fascistas de japoneses y coreanos que
habían colaborado con ellos durante la ocupación. Unas 100.000 personas
resultaron asesinadas en Corea del Sur antes de que empezara lo que conocemos
como la guerra de Corea. De esa cifra, entre 30.000 y 40.000 personas murieron
en la represión de un levantamiento campesino dentro de la pequeña isla de
Jeju. En Colombia, por su parte, hubo un golpe de Estado fascista, inspirado
por la España de Franco, que no suscitó protesta alguna por parte del gobierno
estadounidense, como tampoco ocurrió con el golpe militar de Venezuela ni con
el regreso al poder de un admirador del fascismo en Panamá, pero el primer
gobierno democrático en la historia de Guatemala, que se basó en el New Deal de
Roosevelt, despertó un antagonismo feroz en Estados Unidos. En 1954, la CIA
ideó un golpe de Estado que transformó a Guatemala en un verdadero infierno.
Desde entonces, el país sigue así, con intervenciones sistemáticas por parte de
Estados Unidos, sobre todo en los mandatos de Kennedy y Johnson. Para la
eliminación de la resistencia antifascista se recurrió a criminales de guerra
como Klaus Barbie, un oficial de la SS que había encabezado la Gestapo en la
ciudad francesa de Lyon, donde se había ganado el sobrenombre de “el carnicero
de Lyon”. Aunque fue responsable de muchos delitos atroces, el ejército
estadounidense lo dejó a cargo del espionaje en Francia.
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Klaus Barbie 1944 Mientras fue oficial nazi fue responsable de 4000 asesinatos y del envío de 7500 personas a los campos de concentración |
En 1982, cuando finalmente
lo trasladaron de regreso a Francia para juzgarlo como criminal de guerra, el
coronel retirado Eugene Kolb del Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército
Estadounidense explicó que lo habían usado como agente porque “sus habilidades
eran muy necesarias […]. Sus actividades habían apuntado contra el partido
comunista francés y contra la resistencia clandestina”, que eran blanco de
represión para las fuerzas de liberación estadounidenses. Como Estados Unidos
estaba siguiendo con lo que los nazis habían dejado a medias, era lógico que emplearan
especialistas en actividades contra la resistencia. Más adelante, cuando ya era
difícil o imposible proteger a esos personajes útiles en Europa, muchos de
ellos (incluido Barbie) fueron despachados a Estados Unidos o a América Latina,
incluso con la ayuda del Vaticano y de los sacerdotes fascistas. Allí se
transformaron en asesores para los regímenes militares que respaldaba Estados
Unidos y que se basaban, con frecuencia abiertamente, en el Tercer Reich. Otros
se dedicaron al narcotráfico, la venta de armas, el terrorismo y la docencia,
ya que les enseñaban a los campesinos las técnicas de tortura inventadas por la
Gestapo. Algunos de sus discípulos terminaron en América Central, lo que ofrece
un vínculo directo entre los campos de exterminio y los escuadrones de la
muerte, todo eso gracias a la alianza de posguerra entre Estados Unidos y la SS.