martes, 2 de febrero de 2016


PARA PENSAR LA ABSTRACCIÓN


Muchos test que miden la inteligencia utilizan sucesiones numéricas. La idea de este tipo de ejercicios es poder deducir el número que sigue en el orden establecido. Cuando observamos la siguiente serie de números por ejemplo, podemos encontrar el que se esconde bajo la incógnita porque coincide lógicamente con un orden particular.

               5,11,23, ?    El número detrás de la incógnita debe ser 47. Si se multiplica el primer número por 2 y se suma 1 nos dará el segundo número, el 11. Si aplicamos la misma operación al segundo número nos dará 23, y si hacemos la operación con el número 23 nos dará 47.

Encontrar el número de la sucesión demanda un tipo de abstracción especial, que puede operar en diferentes niveles.

Se puede intentar la misma operación del pensamiento en los siguientes casos:

            A.   1,5,19,49,101, ?      B. 12,30,51,79,118,172, ?          C. 2,12,34,80,174,364, ?

Un ejercicio que exige varios niveles de abstracción es el siguiente. Si lo puedes realizar envía la respuesta como un comentario a esta entrada.


EJERCICIO:  71, 173, 308, 512, 836, 1361, 2228,  ?

                                         

lunes, 1 de febrero de 2016



¿CÓMO FUNCIONA EL MUNDO?

Por: Noam Chomsky. Reproducido únicamente con fines pedagógicos

 British cartoonist Illingworth. Junio de 1947

Los objetivos principales de la política exterior estadounidense

Obviamente, las relaciones entre Estados Unidos y otros países se remontan a los orígenes de la historia estadounidense, pero la Segunda Guerra Mundial fue un verdadero punto de inflexión, así que vamos a comenzar por ahí. Mientras que la guerra había destruido o debilitado seriamente a la mayoría de nuestros rivales comerciales, Estados Unidos había obtenido beneficios enormes. Nuestro territorio no había sufrido ningún ataque y la producción nacional había crecido más del triple.

Incluso antes de la guerra, Estados Unidos ya era por lejos la primera nación industrializada del mundo y ocupaba ese puesto desde principios del siglo xx. Sin embargo, después de la guerra contábamos con el 50% de la riqueza mundial y controlábamos ambos lados de los dos océanos. Era la primera vez en la historia que una potencia concentraba un poder de control tan completo del mundo y tenía tanta seguridad. Los encargados de definir las políticas estadounidenses tenían plena conciencia de que su país saldría de la Segunda Guerra como la primera potencia global de la historia y durante el conflicto se dedicaron a planificar en detalle cómo iba a ser el mundo de la posguerra. Como la nuestra es, en efecto, una sociedad abierta, hoy tenemos acceso a sus planes, que eran muy claros y directos. Los funcionarios de planificación pertenecientes a distintos organismos, desde el Departamento de Estado hasta el Consejo de Relaciones Exteriores (que es la principal vía de influencia del sector empresario sobre la política externa), coincidían en que había que conservar el dominio de Estados Unidos. Sin embargo, existía todo un abanico de opiniones sobre lo que había que hacer para lograrlo. En el extremo más duro, encontramos documentos como el Memorándum N° 68 (1950) del Consejo Nacional de Seguridad, que plasmaba las ideas de Dean Acheson, el secretario de Estado, y había sido redactado por Paul Nitze, que representó a Reagan en las negociaciones por el control de armas y aún sigue con vida.* El memorándum planteaba la necesidad de una “estrategia de retroceso” que regara “las semillas de la destrucción dentro del sistema soviético” para que luego pudiéramos negociar un acuerdo en nuestras propias condiciones “con la Unión Soviética (o sus estados sucesores)”. Las políticas recomendadas en este documento iban a demandar “sacrificios y disciplina” dentro de Estados Unidos, es decir, un aumento considerable en el gasto militar y un ajuste en los servicios sociales. También se señalaba que iba a ser necesario superar ese “exceso de tolerancia” que permite demasiado disenso en el frente interno.


En realidad, todas esas políticas ya se estaban implementando. En 1949, las redes estadounidenses de espionaje que funcionaban en Europa del Este habían quedado a cargo de Reinhard Gehlen, ex jefe de inteligencia militar de los nazis en el frente oriental. Esas redes fueron una parte de la alianza nazi-estadounidense que pronto incorporó a los peores criminales de guerra y se hizo extensiva a distintas operaciones en América Latina y en otras regiones. 
 Entre esas operaciones estaba la formación de un “ejército secreto” bajo el patrocinio de la alianza nazi-estadounidense que tenía como objetivo ofrecer agentes y provisiones militares a las fuerzas creadas por Hitler que todavía funcionaban dentro de la Unión Soviética y en Europa del Este durante los primeros años de la década de 1950. (Éste es un dato conocido en Estados Unidos, pero se lo considera insignificante, aunque más de uno se indignaría si se diera vuelta la tortilla y se descubriera que, por ejemplo, la Unión Soviética ofreció agentes y provisiones a ejércitos creados por Hitler y asentados en las Rocallosas.)

George Kennan

El memorándum nsc 68 representa lo más extremo de la derecha, pero no olvidemos que esas políticas no eran sólo teóricas: muchas de ellas se estaban implementando concretamente.  El personaje principal era sin duda George Kennan, jefe del sector de planificación en el Departamento de Estado hasta 1950, cuando lo reemplazó Nitze. Casualmente, durante el mandato de Kennan se formó la red de Gehlen. Kennan fue uno de los encargados de planificación más lúcidos e inteligentes del país y su figura fue muy importante en la configuración del mundo de la posguerra. Sus escritos son una representación interesantísima de la postura más “blanda”. Un documento que no se puede dejar de leer para entender lo que sucedió es el Policy Planning Study 23, redactado por Kennan para el personal de planificación en el Departamento de Estado en 1948. Entre otras cosas, dice lo siguiente:

Tenemos el 50% de la riqueza mundial pero apenas el 6,3% de la población […]. En esta situación, es imposible que no seamos objeto de envidia y resentimiento. Nuestra tarea para el período que se avecina es formular un modelo de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad […]. Para eso, tendremos que prescindir del sentimentalismo y las fantasías y concentrar toda nuestra atención en nuestros objetivos inmediatos a nivel nacional […]. Debemos dejar de hablar sobre objetivos imprecisos e irreales como los derechos humanos, las mejoras en el nivel de vida y la democratización. No está lejos el día en que tendremos que empezar a aplicar conceptos más directos relacionados con el poder. Cuanto menos nos obstaculicen las consignas idealistas, mejor.

Obviamente, éste era un documento ultra confidencial. Para sosegar a la población, había que proclamar esas mismas “consignas idealistas” (como aún ocurre constantemente), pero este material era una comunicación entre los propios funcionarios de planificación. En la misma línea, otro documento de 1950 que Kennan redactó para los embajadores estadounidenses en América Latina señala que la política exterior del país debe preocuparse por “la protección de nuestra materia prima [es decir, la materia prima latinoamericana]”. Por lo tanto, era necesario combatir una herejía peligrosa que, según los informes de inteligencia, se estaba propagando por todas las naciones latinoamericanas: “la idea de que el gobierno tiene una responsabilidad directa por el bienestar de la población”. Para los funcionarios de planificación de Estados Unidos, esa idea representa el comunismo, sea cual sea la postura política de las personas que la defienden. Aunque pertenezcan a un grupo religioso de autoayuda, si apoyan esa idea, son comunistas. Esta posición también queda manifiesta en documentos de acceso público. Por ejemplo, según los informes de un grupo de estudio de alto nivel creado en 1955, la amenaza fundamental de las potencias comunistas (el verdadero sentido del término “comunismo” en la práctica) es su negativa a desempeñar un rol de servicio, es decir, “a complementar a las economías industriales de Occidente”. En el documento de Kennan se explicaban de la siguiente manera los métodos que se debían aplicar contra los enemigos que cayeran presos de esa herejía:

La respuesta final tal vez resulte desagradable, pero […] no debemos vacilar ante la posibilidad de la represión policial por parte del gobierno local. Esto no es una vergüenza, ya que los comunistas son en esencia traidores […]. Es mejor tener un régimen fuerte en el poder que un gobierno liberal indulgente, permisivo y penetrado por el comunismo.

Sin embargo, las políticas de este tipo no nacieron con los liberales de posguerra como Kennan. Como ya señalaba el secretario de Estado de Woodrow Wilson treinta años antes, el significado operativo de la doctrina Monroe es que “Estados Unidos considere sus propios intereses. La integridad de las demás naciones americanas es un incidente, no un fin”. Wilson, el gran apóstol de la autodeterminación, reconocía que el argumento era “indiscutible”, aunque resultaría “poco político” manifestarlo en público. Además, Wilson accionó sobre la base de esa idea cuando invadió Haití y la República Dominicana, donde sus soldados asesinaron y destruyeron todo a su paso, demolieron el sistema político, dejaron los países en manos de las grandes empresas estadounidenses y prepararon el terreno para las dictaduras brutales y corruptas que vendrían después.

El “Área Grande” Durante la Segunda Guerra, los grupos de estudio del Departamento de Estado y el Consejo de Relaciones Exteriores elaboraron planes para el mundo de posguerra en términos de lo que ellos mismos llamaban el “Área Grande”, que debía quedar subordinada a las necesidades de la economía estadounidense. El Área Grande abarcaría el hemisferio occidental, el oeste de Europa, el Lejano Oriente, el ex Imperio Británico (que se estaba desmembrando), los recursos energéticos incomparables de Oriente Medio (que estaban pasando a manos estadounidenses después de expulsar a rivales como Francia y Gran Bretaña), el resto del Tercer Mundo y, en la medida de lo posible, todo el planeta. Estos planes se fueron implementando cuando surgían oportunidades. A cada parte del nuevo orden mundial se le había asignado una función específica. Los países industriales deberían seguir el ejemplo de los “grandes fabricantes” (Alemania y Japón), que habían demostrado su proeza durante la guerra y ahora trabajarían bajo supervisión estadounidense.

El Tercer Mundo debería “cumplir su función principal como fuente de materia prima” para las sociedades capitalistas industrializadas, según lo señala un memorándum redactado en 1949 por el Departamento de Estado. En palabras de Kennan, esos países deberían ser “explotados” para la reconstrucción de Europa y Japón. (Aunque el documento se refiere específicamente al sudeste asiático y al continente africano, se trata de una postura más general.) Kennan llegó a insinuar que Europa podría recibir un estímulo psicológico con el proyecto de “explotar” los países africanos. Naturalmente, nadie insinuó que África debía explotar los países europeos para su reconstrucción ni que eso podría levantarles el ánimo a los africanos. Estos documentos desclasificados sólo los leen los estudiosos, que al parecer no encuentran nada extraño ni indignante en su contenido. La guerra de Vietnam surgió de la necesidad de garantizar que se cumpliera ese rol de servicio. Como los nacionalistas vietnamitas no querían aceptarlo, había que aplastarlos. La amenaza no era que pudieran conquistar a nadie, sino que dieran un mal ejemplo de independencia nacional que pudiera servir de inspiración a otros países de la región.

La guerra dejó 1´100.000  vietnamitas muertos 

 El gobierno estadounidense se planteaba cumplir dos grandes funciones. Por un lado, quería asegurarse el dominio en los confines más lejanos del Área Grande. Para eso, hace falta una postura muy intimidante que permita garantizar que no haya interferencias (y ése es uno de los motivos que impulsaron el desarrollo de armas nucleares). Por otro lado, debía organizar las subvenciones estatales para la industria tecnológica. Por diversas causas, el método adoptado fue en gran medida el gasto militar. El libre comercio está bien para los departamentos universitarios de ciencias económicas y para las columnas de opinión en los diarios, pero no hay nadie que se tome en serio esa doctrina en el gobierno ni en el mundo empresarial. Los sectores de la economía estadounidense que pueden competir en el mercado internacional son principalmente los que reciben subsidios estatales, o sea, la agricultura de uso intensivo del capital (o la agroindustria, como se llama en la actualidad), la industria de alta tecnología, los laboratorios farmacéuticos y la biotecnología, entre otros. Lo mismo puede decirse de otras sociedades industrializadas. El gobierno estadounidense hace que los ciudadanos paguen los proyectos de investigación y desarrollo, además de ofrecer, sobre todo a través del sector militar, un mercado estatal garantizado para los productos de desecho. Si un producto es comercializable, lo absorbe el sector privado. Ese sistema de subvenciones públicas y ganancias privadas es lo que se denomina libre empresa.

Los funcionarios de planificación de la posguerra, como Kennan, advirtieron enseguida que la reconstrucción de las otras sociedades industrializadas occidentales iba a ser fundamental para la salud del sector empresarial estadounidense, porque les iba a permitir importar productos fabricados en Estados Unidos y ofrecer oportunidades de inversión (en este caso, incluyo a Japón como parte de Occidente, de acuerdo con la tradición africana de tratar a los japoneses como “blancos honorarios”). Pero era fundamental que esas sociedades se reconstruyeran de un modo muy específico. Había que restablecer el orden tradicional de la derecha, con el típico predominio del sector empresarial, la debilitación y la fragmentación de los sindicatos, y el peso de la reconstrucción sobre las espaldas de la clase obrera y los pobres. El principal obstáculo para todo esto era la resistencia antifascista, así que la suprimimos en todas partes del mundo, reemplazándola con frecuencia por fascistas y colaboracionistas. En algunos casos, para eso hacía falta recurrir a la violencia extrema, pero otras veces se lograba lo mismo con métodos más blandos, como la intervención en los procesos electorales y la retención de ayuda alimentaria (todo esto debería figurar en el primer capítulo de cualquier libro que describiera francamente la historia de la posguerra, pero en realidad casi nunca se menciona). El modelo se instauró en 1942, cuando el presidente Roosevelt colocó al almirante francés Jean Darlan en el puesto de gobernador general para todas las colonias francesas en el norte de África. Darlan era uno de los principales colaboracionistas nazis y había redactado las leyes antisemitas promulgadas por el régimen de Vichy, equivalente del nazismo en Francia. Sin embargo, fue mucho más importante lo que pasó en la primera zona liberada de Europa, el sur de Italia, donde Estados Unidos siguió los consejos de Churchill e impuso una dictadura de derecha encabezada por el mariscal Badoglio, un héroe de guerra fascista, y el rey Víctor Manuel III, que también era colaboracionista.

Los funcionarios de planificación reconocían que la “amenaza” en Europa no era una posible agresión por parte de los soviéticos, que los analistas más serios, como Dwight Eisenhower, nunca anticiparon, sino más bien un movimiento de resistencia antifascista con ideales democráticos revolucionarios, o los partidos comunistas locales, con sus atractivos y su poder político. Para evitar un derrumbe económico que incrementara la influencia de esos dos movimientos y reconstruir las economías capitalistas de Europa occidental, el gobierno estadounidense instauró el plan Marshall, que otorgó a Europa más de 12.000 millones de dólares en préstamos y subvenciones entre 1948 y 1951, fondos éstos que se usaron para comprar una tercera parte de las exportaciones estadounidenses a Europa en 1949, cuando se alcanzó el punto máximo. En Italia, un movimiento de obreros y campesinos liderado por el Partido Comunista había logrado mantener a raya a seis divisiones del ejército alemán durante la guerra y había liberado el norte del país. A medida que fueron avanzando en territorio italiano, las fuerzas estadounidenses dispersaron a esa resistencia antifascista y restauraron la estructura básica del régimen fascista anterior a la guerra. Además, Italia fue una de las principales zonas de influencia electoral por parte de la cia desde su creación. A la Agencia le preocupaba que los comunistas ganaran el poder legalmente en las elecciones decisivas de 1948. Para impedirlo, se usaron muchas técnicas, incluidas la reinstauración de la policía fascista, la irrupción en los sindicatos y la retención de ayuda alimentaria, pero no terminaba de quedar claro que fuera a perder el Partido Comunista. El primer memorándum emitido por el Consejo Nacional de Seguridad, conocido como nsc 1 (1948), detallaba una serie de medidas que iba a tomar el gobierno estadounidense si los comunistas ganaban las elecciones. 

Una de las respuestas previstas era la intervención armada por medio de asistencia militar para las operaciones clandestinas en Italia. George Kennan y sus funcionarios proponían la intervención militar antes de las elecciones, porque no querían correr riesgos, pero otros lo convencieron de que podía lograr su objetivo mediante la manipulación del proceso electoral, y finalmente tenían razón. En Grecia, los soldados británicos hicieron su ingreso cuando los nazis ya se habían retirado. Allí impusieron un régimen corrupto que generó mayor resistencia, y Gran Bretaña, en su decadencia de posguerra, no pudo mantener el control. En 1947 intervinieron las fuerzas estadounidenses, que respaldaron una guerra sangrienta con un saldo de 160.000 muertes. A esta guerra no le faltaron torturas, decenas de miles de exiliados políticos, “centros de reeducación” para otras decenas de miles de griegos ni operaciones de destrucción de sindicatos u otros movimientos políticos independientes. Grecia quedó en manos de los inversores estadounidenses y los empresarios locales, mientras que gran parte de la población tuvo que emigrar para sobrevivir. Entre los beneficiados se encontraban los colaboracionistas, y las principales víctimas fueron los obreros y los campesinos de la resistencia antinazi, liderada por el Partido Comunista. Nuestra defensa triunfal de Grecia contra sus propios habitantes sirvió de modelo para la guerra de Vietnam, como explicó el embajador Adlai Stevenson ante las Naciones Unidas en 1964. Los asesores de Reagan utilizaron exactamente el mismo modelo para describir la situación de América Central y para muchos otros lugares. En Japón, el gobierno estadounidense lanzó el llamado “rumbo inverso” de la ocupación en 1947, que puso fin a los primeros pasos hacia la democratización adoptados por el régimen militar del general MacArthur. Estas políticas de “rumbo inverso” eliminaron los sindicatos y otras fuerzas democráticas para dejar al país en manos de los sectores empresariales que habían apoyado al fascismo japonés, un sistema de poder estatal y privado que todavía subsiste. En 1945, cuando las tropas estadounidenses ingresaron en Corea, dispersaron el gobierno popular, compuesto principalmente de antifascistas que se habían resistido a los japoneses, y lanzaron una represión brutal empleando las fuerzas policiales fascistas de japoneses y coreanos que habían colaborado con ellos durante la ocupación. Unas 100.000 personas resultaron asesinadas en Corea del Sur antes de que empezara lo que conocemos como la guerra de Corea. De esa cifra, entre 30.000 y 40.000 personas murieron en la represión de un levantamiento campesino dentro de la pequeña isla de Jeju. En Colombia, por su parte, hubo un golpe de Estado fascista, inspirado por la España de Franco, que no suscitó protesta alguna por parte del gobierno estadounidense, como tampoco ocurrió con el golpe militar de Venezuela ni con el regreso al poder de un admirador del fascismo en Panamá, pero el primer gobierno democrático en la historia de Guatemala, que se basó en el New Deal de Roosevelt, despertó un antagonismo feroz en Estados Unidos. En 1954, la CIA ideó un golpe de Estado que transformó a Guatemala en un verdadero infierno. Desde entonces, el país sigue así, con intervenciones sistemáticas por parte de Estados Unidos, sobre todo en los mandatos de Kennedy y Johnson. Para la eliminación de la resistencia antifascista se recurrió a criminales de guerra como Klaus Barbie, un oficial de la SS que había encabezado la Gestapo en la ciudad francesa de Lyon, donde se había ganado el sobrenombre de “el carnicero de Lyon”. Aunque fue responsable de muchos delitos atroces, el ejército estadounidense lo dejó a cargo del espionaje en Francia. 

Klaus Barbie 1944
Mientras fue oficial nazi fue responsable
de 4000  asesinatos y del envío de 7500
personas a los campos de concentración

En 1982, cuando finalmente lo trasladaron de regreso a Francia para juzgarlo como criminal de guerra, el coronel retirado Eugene Kolb del Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército Estadounidense explicó que lo habían usado como agente porque “sus habilidades eran muy necesarias […]. Sus actividades habían apuntado contra el partido comunista francés y contra la resistencia clandestina”, que eran blanco de represión para las fuerzas de liberación estadounidenses. Como Estados Unidos estaba siguiendo con lo que los nazis habían dejado a medias, era lógico que emplearan especialistas en actividades contra la resistencia. Más adelante, cuando ya era difícil o imposible proteger a esos personajes útiles en Europa, muchos de ellos (incluido Barbie) fueron despachados a Estados Unidos o a América Latina, incluso con la ayuda del Vaticano y de los sacerdotes fascistas. Allí se transformaron en asesores para los regímenes militares que respaldaba Estados Unidos y que se basaban, con frecuencia abiertamente, en el Tercer Reich. Otros se dedicaron al narcotráfico, la venta de armas, el terrorismo y la docencia, ya que les enseñaban a los campesinos las técnicas de tortura inventadas por la Gestapo. Algunos de sus discípulos terminaron en América Central, lo que ofrece un vínculo directo entre los campos de exterminio y los escuadrones de la muerte, todo eso gracias a la alianza de posguerra entre Estados Unidos y la SS.