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1. EL GRILLO MAESTRO
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy
sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la
Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
Augusto Monterroso
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Un célebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no solo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el célebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
Augusto Monterroso
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3. EL BÚHO QUE QUERÍA SALVAR LA HUMANIDAD
En lo más intrincado de la Selva existió en tiempos lejanos
un Búho que empezó a preocuparse por los demás.
En consecuencia se dio a meditar sobre las evidentes
maldades que hacía el León con su poder; sobre la debilidad de la Hormiga, que
era aplastada todos los días, tal vez cuanto más ocupada se hallaba; sobre la
risa de la Hiena, que nunca venía al caso; sobre la Paloma, que se queja del
aire que la sostiene en su vuelo; sobre la Araña, que atrapa a la Mosca y sobre
la Mosca que con toda su inteligencia se deja atrapar por la Araña, y en fin,
sobre todos los defectos que hacían desgraciada a la Humanidad, y se puso a
pensar en la manera de remediarlos.
Pronto adquirió la costumbre de desvelarse y de
salir a la calle a observar cómo se conducía la gente, y se fue llenando de
conocimientos científicos y psicológicos que poco a poco iba ordenando en su
pensamiento y en una pequeña libreta.
De modo que algunos años después se le desarrolló
una gran facilidad para clasificar, y sabía a ciencia cierta cuándo el León iba
a rugir y cuándo la Hiena se iba a reír, y lo que iba a hacer el Ratón del
campo cuando visitara al de la ciudad, y lo que haría el Perro que traía una
torta en la boca cuando viera reflejado en el agua el rostro de un Perro que
traía una torta en la boca, y el Cuervo cuando le decían qué bonito cantaba.
Y así, concluía: “Si el León no hiciera lo que hace
sino lo que hace el Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino lo que
hace el León; y si la Boa no hiciera lo que hace sino lo que hace el Ternero y
el Ternero no hiciera lo que hace sino lo que hace la Boa, y así hasta el
infinito, la Humanidad se salvaría, dado que todos vivirían en paz y la guerra
volvería a ser como en los tiempos en que no había guerra.”
Pero los otros animales no apreciaban los esfuerzos
del Búho, por sabio que éste supusiera que lo suponían; antes bien pensaban que
era tonto, no se daban cuenta de la profundidad de su pensamiento y seguían
comiéndose unos a otros, menos el Búho, que no era comido por nadie ni se comía
nunca a nadie.
Augusto Monterroso