PATAS ARRIBA. LA ESCUELA DEL MUNDO AL REVÉS
La igualación y la desigualdad
Sacado del libro "Patas arriba", ed. Siglo XXI, escrito por Eduardo Galeano.
Reproducido con fines exclusivamente pedagógicos.
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Grabado de Daniel González |
La dictadura de la sociedad de consumo ejerce un totalitarismo simétrico al de su
hermana gemela, la dictadura de la organización desigual del mundo.
La maquinaria de la igualación compulsiva actúa contra la más linda energía del género
humano, que se reconoce en sus diferencias y desde ellas se vincula. Lo mejor que el
mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las distintas músicas de la
vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de vivir y decir, creer y crear, comer,
trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y celebrar, que hemos ido descubriendo a lo largo de
miles y miles de años.
La igualación, que nos uniformiza y nos emboba, no se puede medir. No hay
computadora capaz de registrar los crímenes cotidianos que la industria de la cultura de
masas comete contra el arcoiris humano y el humano derecho a la identidad. Pero sus
demoledores progresos rompen los ojos. El tiempo se va vaciando de historia y el espacio
ya no reconoce la asombrosa diversidad de sus partes. A través de los medios masivos de
comunicación, los dueños del mundo nos comunican la obligación que todos tenemos de
contemplarnos en un espejo único, que refleja los valores de la cultura de consumo.
Quien no tiene, no es: quien no tiene auto, quien no usa calzado de marca o perfumes
importados, está simulando existir. Economía de importación, cultura de impostación: en el
reino de la tilinguería, estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero del consumo,
que surca las agitadas aguas del mercado. La mayoría de los navegantes está condenada al
naufragio, pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de los que pueden
viajar. Los préstamos, que permiten atiborrar con nuevas cosas inútiles a la minoría
consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la
copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades
reales, a los ojos de todos, las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin
descanso y, exitosamente, proyecta sobre el sur. (Norte y sur, dicho sea de paso, son
términos que en este libro designan el reparto de la torta mundial, y no siempre coinciden
con la geografía.)
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Grabado de José Guadalupe Posada |
¿Qué pasa con los millones y millones de niños latinoamericanos que serán jóvenes
condenados a la desocupación o a los salarios de hambre? La publicidad, ¿estimula la
demanda o, más bien, promueve la violencia? La televisión ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas sino que, además,
brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia, que los videojuegos complementan. El
crimen es el espectáculo más exitoso de la pantalla chica. Golpea antes de que te golpeen,
aconsejan los maestros electrónicos de los videojuegos. Estás solo, sólo cuentas contigo.
Coches que vuelan, gente que estalla: Tú también puedes matar. Y, mientras tanto, crecen
las ciudades, las ciudades latinoamericanas ya están siendo las más grandes del mundo. Y
con las ciudades, a ritmo de pánico, crece el delito.
La economía mundial exige mercados de consumo en perpetua expansión, para dar
salida a su producción creciente y para que no se derrumben sus tasas de ganancia, pero a
la vez exige brazos y materias primas a precio irrisorio, para abatir sus costos de
producción. El mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar
cada vez menos. Esta paradoja es madre de otra paradoja: el norte del mundo dicta órdenes
de consumo cada vez más imperiosas, dirigidas al sur y al este, para multiplicar a los
consumidores, pero en mucha mayor medida multiplica a los delincuentes. Al apoderarse
de los fetiches que brindan la existencia real a las personas, cada asaltante quiere tener lo
que su víctima tiene, para ser lo que su víctima es. Armaos los unos a los otros: hoy por
hoy, en el manicomio de las calles, cualquiera puede morir de bala: el que ha nacido para
morir de hambre y también el que ha nacido para morir de indigestión.
No se puede reducir a cifras la igualación cultural impuesta por los moldes de la
sociedad de consumo. La desigualdad económica, en cambio, tiene quien la mida. La
confiesa el Banco Mundial, que tanto hace por ella, y la confirman los diversos organismos
de las Naciones Unidas. Nunca ha sido menos democrática la economía mundial, nunca ha
sido el mundo tan escandalosamente injusto. En 1960, el veinte por ciento de la
humanidad, el más rico, tenía treinta veces más que el veinte por ciento más pobre. En
1990, la diferencia era de sesenta veces. Desde entonces, se ha seguido abriendo la tijera:
en el año 2000, la diferencia será de noventa veces.
En los extremos de los extremos, entre los ricos riquísimos, que aparecen en las páginas
pornofinancieras de las revistas Forbes y Fortune, y los pobres pobrísimos, que aparecen
en las calles y en los campos, el abismo resulta mucho más hondo. Una mujer embarazada
corre cien veces más riesgo de muerte en África que en Europa. El valor de los productos
para mascotas animales que se venden, cada año, en los Estados Unidos, es cuatro veces
mayor que toda la producción de Etiopía. Las ventas de sólo dos gigantes, General Motors
y Ford, superan largamente el valor de la producción de toda el África negra. Según el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, diez personas, los diez opulentos más
opulentos del planeta, tienen una riqueza equivalente al valor de la producción total de
cincuenta países, y cuatrocientos cuarenta y siete multimillonarios suman una fortuna
mayor que el ingreso anual de la mitad de la humanidad.
La excepción
Existe un solo lugar donde el norte y el sur del mundo se enfrentan en igualdad de
condiciones: es una cancha de fútbol de Brasil, en la desembocadura del río Amazonas.
La línea del ecuador corta por la mitad el estadio Zerâo, en Amapá, de modo que cada
equipo juega un tiempo en el sur y otro en el norte. El responsable de este organismo de las Naciones Unidas, James Gustave Speth, declaró
en 1997 que, en el último medio siglo, la cantidad de pobres se ha triplicado, y mil
seiscientos millones de personas están viviendo peor que hace quince años.
Poco antes, en la asamblea del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, el
presidente del Banco Mundial había echado un balde de agua fría sobre la concurrencia. En
plena celebración de la buena marcha del gobierno del planeta, que ambos organismos
ejercen, James Wolfensohn advirtió: si las cosas siguen así, en treinta años más habrá cinco
mil millones de pobres en el mundo, «y la desigualdad estallará, como una bomba de
relojería, en la cara de las próximas generaciones». Mientras tanto, sin cobrar en dólares, ni
en pesos, ni en especies siquiera, una mano anónima proponía en un muro de Buenos
Aires: ¡Combata el hambre y la pobreza! ¡Cómase un pobre!