jueves, 12 de mayo de 2016





PARA BUSCAR LO HUMANO HAY QUE MIRAR EN LO PROFUNDO






Donde la muerte no significa decir adiós...

Por Amanda Bennet


Para los torayas, la muerte del cuerpo no es una separación abrupta y final, como en Occidente. En vez de eso, la muerte es tan solo un paso en un proceso largo que se desarrolla gradualmente. A los seres queridos que han muerto se los atiende en casa durante semanas, meses, incluso años después de la muerte. Los funerales, a menudo, se posponen el tiempo necesario para reunir a los familiares que se encuentran lejos. Las ceremonias funerarias más grandiosas duran una semana y atraen a los torayas de vuelta a casa en una diáspora inversa desde cualquier lugar del mundo en donde pudieran estar. Cuando una brigada de cien o más motocicletas y autos pasan por un pueblo al acompañar un cadáver hacia su hogar, desde lejos, el tránsito se detiene como no lo podría lograr una ambulancia ni un oficial de policía. Aquí la muerte triunfa sobre la vida. 

Los torayas no rechazan el tratamiento médico. Tampoco escapan del dolor cuando muere un ser querido; pero lejos de rechazar la muerte, casi todos aquí la tienen como el centro de la vida. Ellos creen que la gente no está en verdad muerta cuando fallece y que una conexión profundamente humana perdura mucho más allá del deceso. Para muchos torayas la muerte no es un muro de ladrillos sino un velo de gasa. No es una separación sino otro tipo de conexión. A menudo, en Toraya el enlace profundo con un ser amado no termina en la tumba. De manera periódica, algunos torayas del norte sacan a sus parientes de las tumbas para darles mortajas y ropas limpias.

Un funeral toraya grandioso se mide por el número y la calidad de los búfalos que sirven como una especie de moneda. Todo lo que se refiere al funeral es jerárquico, lo que cimiento el estatus de la familia del muerto: la gente que asiste y los muchos que no. En una semana, abunda la comida, las recepciones, las reniones, las oraciones, el entretenimiento y rituales coreografiados, con cuidados que gradualmente separan al muerto de la vida. El cuerpo se mueve del hohar hacia el edificio ancestral, el teongkonan, de ahí a un granero con arroz y después a la torre funeraria que sobresale entre la planicie ceremonial.

Los funerales unen fuertemente a los torayas, una familia con otra, una aldea con otra. Los funerales consumen los ahorros pues la gente quiere sobrepasar a los demás en el número de animales, lo que crea obligaciones para múltiples generaciones y un consumo conspicuo. ¿Tu primo dona un búfalo? Tú debes dar uno más grande. ¿No puedes pagar una deuda pasada? Entonces tu hijo o tu hija deben hacerlo y, si no pueden, la carga caerá sobre tus nietos. Este lado oscuro de las obligaciones funerarias puede escucharse claramente en los gritos del maestro de ceremonias que anuncia a los regalos. "¿De quién es este cerdo? - pregunta con un altavoz  - ¿de quién es este búfalo?". 

Lo importante, dicen los torayas, es que no solo son individuos, la muerte de una persona es apenas una puntada en un intrincado lienzo emocional, social y económico que se extiende hacia atrás con los ancestros y hacia adelante con los hijos. Me pregunto: ¿cómo llegaron a creer esto los torayas?

Me doy cuenta de que estoy haciendo la pregunta equivocada. Parece que los torayas están conectados más profundamente que nosotros a la forma en que la gente siente la muerte en todas partes: el deseo de permanece conectado con los seres queridos en cuerpo y espíritu, creer que la gente no muere permanentemente, tener y convertirse en un ancestro. Así que la pregunta no es ¿por qué los torayas hacen lo que hacen?, sino ¿por qué nosotros hacemos lo que hacemos? ¿Cómo nos distanciamos tanto de la muerte, que después de todo, es solo una parte de la vida? ¿Cómo perdimos el sentido de estar conectados unos con otros, con nuestro lugar en la sociedad, en el universo?




Texto 2.


Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad. Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehúye la muerte viéndola como el mayor de los males, y otras la invoca para remedio de las desgracias de esta vida. El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehúye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso placer.


Texto 3.

A muchos de nosotros nos es muy difícil hablar de la muerte, y ello principalmente por dos razones. Una de ellas es de carácter psicológico y cultural; es un tema tabú…, hablar de la muerte puede considerarse, a nivel psicológico, como otra forma de aproximación indirecta (es decir, con nuestro comportamiento y formas verbales aludimos al tema de la muerte)…, por tanto, para ahorrarnos el trauma psicológico, decidimos evitar el tema siempre que nos sea posible…, La segunda razón de la dificultad de discutir la muerte es más complicada y se relaciona con la naturaleza del lenguaje. En su mayor parte, las palabras del lenguaje humano aluden a cosas que hemos experimentado con nuestros sentidos físicos. Sin embargo, la muerte es algo que recae más allá de la experiencia consciente de la gran mayoría de nosotros, pues nunca hemos pasado por ella.  Raymond Moody


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Texto 4.

Para los egipcios, el ser humano estaba formado por cinco componentes: cuerpo, ka, ba, sombra y nombre. Tras la muerte, estos elementos se disgregaban, y para que el difunto pudiera revivir en el más allá era necesario que volviera a unirse, lo cual se lograba mediante rituales funerarios. La momificación se encargaba de que el cuerpo del difunto no desapareciera, proporcionando a su ba (conjunto de características no físicas que definen a una persona como individuo) un punto desde el cual salir y al cual retornar tras sus merodeos por el mundo de los vivos. Para que esto fuera posible, era necesario devolverlo a la vida mediante el rito de la apertura de la boca. El objetivo de la ceremonia era tocar con el instrumento elegido cada uno de los orificios de la momia. De este modo, el difunto podía volver a oír, comer, defecar, hablar, tener relaciones sexuales, etc.., en el más allá. National Geographic.