lunes, 22 de febrero de 2016


TEXTOS BREVES PARA REFLEXIONAR EXTENSAMENTE
Filósofos vivos

Fotografía: Andreas Gursky

El capitalismo: la fábrica de la fragmentación. David Harvey

El impulso de acumulación de capital es el motivo central  de la narrativa de la transformación de Occidente en los últimos tiempos y parece dispuesto a tragarse a todo el mundo en el siglo XXI. Durante los últimos trescientos años ha sido la fuerza fundamental que opera para moldear de nuevo la política, la economía y el ambiente del mundo. Este proceso de usar el dinero para hacer más dinero no es el único que se lleva al cabo, por supuesto, pero es difícil explicar los cambios sociales de estos últimos trescientos años si no lo observamos con cuidado. 
El impulso de acumulación de capital ha guiado la insaciable búsqueda de nuevas líneas de productos, nuevas tecnologías, nuevos modelos de vida, nuevas formas de desplazamiento, nuevos lugares para la colonización: una variedad infinita de estratagemas que reflejan el ilimitado ingenio humano para crear nuevas formas de obtener utilidades. En suma, el capitalismo siempre ha medrado en la producción de la diferencia.

La estetización del mundo. Guilles Lipovetsky

La economía liberal destruye los elementos poéticos de la vida social; produce en todo el planeta los mismos paisajes urbanos fríos, monótonos y sin alma, impone en todas partes las mismas libertades de comercio, homogeneizando los modelos de los centros comerciales, urbanizaciones, cadenas hoteleras, redes viarias, barrios residenciales, balnearios, aeropuertos: de este a oeste, de norte a sur, se tiene la sensación de que estar aquí es como estar en cualquier otra parte. La industria crea baratijas kitsch y no cesa de lanzar productos desechables, intercambiables, insignificantes; la publicidad «contamina visualmente» los espacios públicos; los medios venden programas dominados por la idiotez, la vulgaridad, el sexo, la violencia o, por decirlo de otro modo, «tiempo de cerebro humano disponible». Por construir megalópolis caóticas y asfixiantes, por poner en peligro el ecosistema, por descafeinar las sensaciones, por condenar a las personas a vivir como rebaños estandarizados en un mundo insípido, el modo de producción capitalista se estigmatiza como barbarie moderna que empobrece la sensibilidad, como orden económico responsable de la devastación del mundo: «afea la tierra entera», volviéndola inhabitable desde todos los puntos de vista. Este juicio es ampliamente compartido: la dimensión de la belleza se reduce, la de la fealdad se extiende. El proceso desencadenado por la Revolución Industrial prosigue inexorablemente: lo que se perfila, día tras día, es un mundo más desagradable.






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