El mundo y sus demonios.
Filosofía 10° (III)
Por: Carl Sagan
Reproducido con fines exclusivamente pedagógicos.
Lea y analice el siguiente texto. Responda las preguntas que están al final en "más información"
Yo fui niño en una época de esperanza. Quise ser científico desde mis primeros días de escuela. No estoy seguro de que entonces supiera siquiera el significado de la palabra «ciencia», pero de alguna manera quería sumergirme en toda su grandeza. Me llamaba la atención el esplendor del universo, me fascinaba la perspectiva de comprender cómo funcionan realmente las cosas, de ayudar a descubrir misterios profundos, de explorar nuevos mundos... quizá incluso literalmente. La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar. Preveo cómo será mi país en la época de mis hijos o nietos: el mundo globalizado será una economía de servicio e información; quienes puedan ofrecer esto mantendrán una ventaja sobre los demás, casi todas las industrias que se dedican a “hacer” ya han sido desplazadas a los países en desarrollo; los temibles poderes tecnológicos estarán en manos de unos pocos y nadie que represente el interés público se podrá acercar siquiera a los asuntos importantes; la gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad; mientras tanto, las personas del común seguirán aferradas a sus creencias, consultando su suerte en el horóscopo del periódico, pagando a personas que les liberan de supuestos hechizos, amarrando en las manos de sus hijos talismanes para liberarlos de males extraños que se transmiten con la mirada. Nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad. La caída en la estupidez de la sociedad se hace evidente, principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia. Los programas con imágenes espectaculares que no se detienen en dudar de su veracidad son la regla en la mayoría de países, la programación de poquísima inteligencia no sólo capta la atención de las masas, sino los restos de la imaginación de las personas. La pseudo-ciencia y la superstición le ayudan a la mayoría de personas a aferrarse al mundo, sin prestar atención a la ciencia que parece aburrida. La sociedad futura será una especie de celebración de la ignorancia. Mientras más nos deslumbramos con los productos tecnológicos como los celulares, los automóviles o los ordenadores, menos sabemos de la ciencia detrás de ellos. La moraleja más clara, es que si hoy dependemos del conocimiento de otros países, mañana esta dependencia será mucho más fuerte y más compleja: se ha preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales —el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente, e incluso la institución democrática clave de las elecciones— dependen profundamente de la ciencia y la tecnología, pero también hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Una vela en la oscuridad es el título de un libro valiente, con importante base bíblica, de Thomas Ady, publicado en Londres en 1656, que ataca la caza de brujas que se realizaba entonces como una patraña «para engañar a la gente». Cualquier enfermedad o tormenta, cualquier cosa fuera de lo ordinario, se atribuía popularmente a la brujería. Las brujas deben existir: si no existiera cómo se explican tantos fenómenos extraños? Durante gran parte de nuestra historia teníamos tanto miedo del mundo exterior, con sus peligros impredecibles, que nos abrazábamos con alegría a cualquier cosa que prometiera mitigar o explicar el terror. La ciencia es un intento, en gran medida logrado, de entender el mundo, de conseguir un control de las cosas, de alcanzar el dominio de nosotros mismos, de dirigirnos hacia un camino seguro. La microbiología y la meteorología explican ahora lo que hace sólo unos siglos se consideraba causa suficiente para quemar a una mujer en la hoguera. Ady también advertía del peligro de que «las naciones perezcan por falta de conocimiento». La causa de la miseria humana evitable no suele ser tanto la estupidez como la ignorancia, particularmente la ignorancia de nosotros mismos.
Yo fui niño en una época de esperanza. Quise ser científico desde mis primeros días de escuela. No estoy seguro de que entonces supiera siquiera el significado de la palabra «ciencia», pero de alguna manera quería sumergirme en toda su grandeza. Me llamaba la atención el esplendor del universo, me fascinaba la perspectiva de comprender cómo funcionan realmente las cosas, de ayudar a descubrir misterios profundos, de explorar nuevos mundos... quizá incluso literalmente. La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar. Preveo cómo será mi país en la época de mis hijos o nietos: el mundo globalizado será una economía de servicio e información; quienes puedan ofrecer esto mantendrán una ventaja sobre los demás, casi todas las industrias que se dedican a “hacer” ya han sido desplazadas a los países en desarrollo; los temibles poderes tecnológicos estarán en manos de unos pocos y nadie que represente el interés público se podrá acercar siquiera a los asuntos importantes; la gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad; mientras tanto, las personas del común seguirán aferradas a sus creencias, consultando su suerte en el horóscopo del periódico, pagando a personas que les liberan de supuestos hechizos, amarrando en las manos de sus hijos talismanes para liberarlos de males extraños que se transmiten con la mirada. Nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad. La caída en la estupidez de la sociedad se hace evidente, principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia. Los programas con imágenes espectaculares que no se detienen en dudar de su veracidad son la regla en la mayoría de países, la programación de poquísima inteligencia no sólo capta la atención de las masas, sino los restos de la imaginación de las personas. La pseudo-ciencia y la superstición le ayudan a la mayoría de personas a aferrarse al mundo, sin prestar atención a la ciencia que parece aburrida. La sociedad futura será una especie de celebración de la ignorancia. Mientras más nos deslumbramos con los productos tecnológicos como los celulares, los automóviles o los ordenadores, menos sabemos de la ciencia detrás de ellos. La moraleja más clara, es que si hoy dependemos del conocimiento de otros países, mañana esta dependencia será mucho más fuerte y más compleja: se ha preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales —el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente, e incluso la institución democrática clave de las elecciones— dependen profundamente de la ciencia y la tecnología, pero también hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Una vela en la oscuridad es el título de un libro valiente, con importante base bíblica, de Thomas Ady, publicado en Londres en 1656, que ataca la caza de brujas que se realizaba entonces como una patraña «para engañar a la gente». Cualquier enfermedad o tormenta, cualquier cosa fuera de lo ordinario, se atribuía popularmente a la brujería. Las brujas deben existir: si no existiera cómo se explican tantos fenómenos extraños? Durante gran parte de nuestra historia teníamos tanto miedo del mundo exterior, con sus peligros impredecibles, que nos abrazábamos con alegría a cualquier cosa que prometiera mitigar o explicar el terror. La ciencia es un intento, en gran medida logrado, de entender el mundo, de conseguir un control de las cosas, de alcanzar el dominio de nosotros mismos, de dirigirnos hacia un camino seguro. La microbiología y la meteorología explican ahora lo que hace sólo unos siglos se consideraba causa suficiente para quemar a una mujer en la hoguera. Ady también advertía del peligro de que «las naciones perezcan por falta de conocimiento». La causa de la miseria humana evitable no suele ser tanto la estupidez como la ignorancia, particularmente la ignorancia de nosotros mismos.
Es mucho lo que la ciencia no
entiende, quedan muchos misterios todavía por resolver. La ciencia está lejos
de ser un instrumento de conocimiento perfecto, pero simplemente, es el mejor
que tenemos. En este sentido, como en muchos otros, es como la democracia. La
ciencia por sí misma no puede apoyar determinadas acciones humanas, pero sin
duda puede iluminar las posibles consecuencias de acciones alternativas. La
manera de pensar científica es imaginativa y disciplinada al mismo tiempo. Ésta
es la base de su éxito. La ciencia nos invita a aceptar los hechos, aunque no
se adapten a nuestras ideas preconcebidas. Nos aconseja tener hipótesis
alternativas en la cabeza y ver cuál se adapta mejor a los hechos. Nos insta a
un delicado equilibrio entre una apertura sin barreras a las nuevas ideas, por
muy heréticas que sean, y el escrutinio escéptico más riguroso: nuevas ideas y
sabiduría tradicional. Esta manera de pensar también es una herramienta
esencial para una democracia en una era de cambio. Una de las razones del éxito
de la ciencia es que tiene un mecanismo incorporado que corrige los errores en
su propio seno. Quizá algunos consideren esta caracterización demasiado amplia
pero, para mí, cada vez que ejercemos la autocrítica, cada vez que comprobamos
nuestras ideas a la luz del mundo exterior, estamos haciendo ciencia. Cuando
somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas con los
hechos, caemos en la pseudociencia y la superstición
Según el texto, ¿cuáles consecuencias para aquellas sociedades que siguen por el camino de la ignorancia?
¿Por qué las personas suelen aferrarse a ideas supersticiosas?
¿Cómo el uso de la tecnología se relaciona con nuestro estado de ignorancia?
A manera de conclusión, explique por qué el texto se titula "El mundo y sus demonios"
Preguntas.
Según el texto, ¿cuáles consecuencias para aquellas sociedades que siguen por el camino de la ignorancia?
¿Por qué las personas suelen aferrarse a ideas supersticiosas?
¿Cómo el uso de la tecnología se relaciona con nuestro estado de ignorancia?
A manera de conclusión, explique por qué el texto se titula "El mundo y sus demonios"
1 comentario:
Del texto El Mundo y sus Demonios, me gusta como el autor nos hace enfassis en ¿que debemos cuestionarnos la creacion de tecnologias, y como se fabricaron y no simplemente volvernos personas que solo utilizamos estos recursos y no nos preocupamos el como fueron hechos, la ciencia nos explica tanto conocimiento que si investigamos sobre cada cosa, ejercitamos el poder de innovar y crear, y no nos convertiremos en dependientes de otros paises, que tienen el poder del conocimiento.
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